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En la Abadía se forman los «soñadores del agro»
16 junio, 2016
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Lo que la lluvia se llevó

Un vendaval arrasó con los cultivos de Estefana y Álvaro Torres, beneficiarios de VallenPaz que producían 2 toneladas semanales de frutas y verduras. Buscan ayuda para reparar los daños y no perder un proyecto productivo ejemplo en Colombia. 

La tierra de Quinamayó  en Jamundí extrañaba la lluvia, y las dos hectáreas de cultivos de los esposos Estefana y Álvaro Torres la añoraban más, pero al agua se le fue la mano. La lluvia llegó con fuerza, el vendaval y el granizo arrasaron en dos horas con lo que ésta familia había construido con mucho esfuerzo durante años. El huracán tumbó el invernadero repleto de habichuela, lista para cosechar. Destruyó el plástico de un segundo invernadero, el más grande, y a su paso las 2.700 matas de zapallo que se pudrieron casi por completo. Los racimos de plátano ahora posan en el suelo a merced de las gallinas.

Se desgajaron mandarinas, naranjas y aguacates. Todo lo que tenía peso en los árboles, la fuerza de los vientos y la lluvia lo echó a perder. Las estructuras que la familia Torres construyó para hacer más fácil sus labores se fueron a pique: La ramada donde seleccionaban los productos y la bodega.  El aguacero les causó pérdidas de unos quince millones de pesos mal contados.

Los campesinos que apoya VallenPaz en zonas de conflicto han sufrido por la presencia de grupos armados, pero en ocasiones, como en la finca de los Torres, es la naturaleza empeñada en mostrar su poderío. Mientras siguen las huellas de los destrozos que dejó el vendaval en su tierra, la pareja recuerda lo lejos que han llegado para no perder la fuerza de seguir.

Estefana y Álvaro Torres se casaron apenas hace cinco años por la iglesia, pero su amor lleva 35. Ellos quisieron dar buen ejemplo a sus tres hijas y cinco nietos criados bajo las leyes católicas, por eso buscaron vivir unidos con la bendición de Dios. Estaban juntos desde los 18 años, cuando se enamoraron en el restaurante en el que Estefana ayudaba a su mamá a alimentar a la gente de la zona en el Patía, Cauca. Anduvieron de finca en finca, él como administrador, manejando los tractores en los campos y ella cocinando para los dueños de casa y los trabajadores, hasta que se animaron a tener su propio pedazo de tierra.

Corría el año 2000 cuando tomaron en arriendo una finca de árboles viejos y maleza como únicos activos. El patrón de la finca donde vivían y trabajaban le prestaba el tractor a Álvaro para que labrara su tierra alquilada cuando acababa el jornal,  hasta que vendió la propiedad y la pareja se quedó sin trabajo y casa tres años después.  Álvaro entregó intacto el cheque de los 10 millones de pesos de su liquidación como cuota inicial de lo que sería su hogar: 2.2 hectáreas de puros sueños. Ya no tenían trabajo, ni plata, ni casa, pero estaban pagando su tierra propia,  entonces se llenaron de fe y ganas. Alquilaron una casa a las afueras del pueblo y todos los días llegaban en una bicicleta monareta, él al manubrio y ella en la barra, para trabajar por lo que era suyo. Tenían que producir y no tenían cómo hasta que los que ellos llaman ángeles se les cruzaron en el camino en ese momento  pedregoso.

Conocieron a VallenPaz, la ONG que brinda acompañamiento técnico a los campesinos para que saquen adelante sus proyectos productivos, además  los orienta para que practiquen una agricultura más limpia y puedan comercializar sus productos sin intermediarios.    Los esposos Torres al principio no creían que todo lo bonito que les decían los representantes de la fundación fuera posible y lo comprobaron con hechos.

Con un millón de pesos al que accedieron de un fondo rotativo que facilitó VallenPaz empezaron su primera producción. Sembraron 2.500 matas a las que cuidaron con paciencia.  Álvaro le sacó el jugo a los estudios que sobre cultivos realizó en el Sena cuando apenas tenía 18 años y siguió los consejos de un buen samaritano que los orientó. Cosecharon 516 kilos del más grande y jugoso tomate chonto que iban a venderle a un intermediario que les dijo que por las reglas de comercialización-Que él mismo había inventado para su conveniencia- el agricultor se ganaba sólo el 25% del valor de la producción por lo que les pagaría $250 el kilo, como no conocían del tema le creyeron aunque su intuición les decía que el precio daba risa.

Todo estaba listo para el negocio en el que el único ganador sería aquel señor, cuyo nombre no quieren ni acordarse, quien se les había mostrado como el `duro´ de la comercialización en Cali hasta que durante una gira que realizó VallenPaz a su finca vieron otra posibilidad. Al otro día Estefana viajó  con sus 500 kilos de tomate por primera vez a la capital del Valle en un carro alquilado. Llegó con el apoyo del equipo de comercialización de la ONG al supermercado Comfandi, El Prado y cuando oyó al encargado de la negociación felicitarla por la calidad de su producto y  que por cada kilo le pagaría $1.600 casi se desmaya. “Pellízqueme porque yo no puedo creer ¿será que estoy soñando?” dijo ella antes de romper en llanto de la emoción. Le recibieron el tomate y le pidieron más.

A los Torres ahora no les alcanzan los dedos de la mano para contar todos los productos que da su tierra, la que por fin terminaron de pagar. Actualmente tienen 35 productos codificados que venden en supermercados La 14 de Cali. Producen semanalmente dos toneladas de frutas como mango, mandarina, naranja y limón en diferentes variedades; aguacate, habichuela, zapallo, pepino tomate, plátano, yuca, sábila y  cidra papa. Cuando la finca está en óptimas condiciones produce hasta siete millones de pesos mensuales, ya tienen un trabajador que les aliviana el trabajo pesado y han recibido invitados nacionales e internacionales que recorren sus predios para conocer de cerca su experiencia exitosa como empresarios rurales.

Los campesinos, ella del Cauca y él de Nariño, encontraron en la zona rural de Jamundí, sur del Valle, unas tierras fértiles que supieron trabajar con paciencia y con el apoyo de VallenPaz, la organización que dicen les ayudó a mejorar su calidad de vida gracias a la gestión de recursos, sistemas de riego, árboles frutales y sobre  todo el apoyo técnico. Los Torres esperan que algún día haya paz en Colombia porque saben de lugares donde no se puede vivir tranquilo y a sus amigos les cobran vacuna hasta por las gallinas. También esperan reponerse del golpe que les dio la naturaleza y que los tiene andando a media marcha.

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